Frases
de la ¨Oración inaugural pronunciada en la apertura
de la Sociedad Patriótica, la tarde del 12 de enero de
1812.
¨El
derecho se distingue de la fuerza como la obediencia de la esclavitud;
y que, en fin, la soberanía reside sólo en el
pueblo y la autoridad en las leyes, cuyo primer vasallo es el
príncipe¨ (príncipe = gobernante)
«No
habría tiranos si no hubiera esclavos, y si todos sostuvieran
sus derechos, la usurpación sería imposible. Luego
de que un pueblo se corrompe pierde la energía, porque
a la transgresión de sus deberes es consiguiente el olvido
de sus derechos, y al que se defrauda a sí propio le
es indiferente ser defraudado por otro»
«Todo
derecho produce un deber relativo de sostenerlo, y al omisión
es tanto más culpable, cuando es más importante
el derecho: cada uno de los que tengan parte en él es
reo delante de los demás si deja de contribuir a su conservación»
«Pero
si el error y la ignorancia degradan la dignidad del pueblo
disponiéndolo a la servidumbre, la falta de virtudes
lo conduce a la anarquía, lo acostumbra al yugo de un
déspota perverso a quien siempre ama la multitud corrompida;
porque la afinidad de sus costumbres asegura la impunidad de
sus crímenes recíprocos».
«La
ignorancia degrada al hombre, el error lo hace desgraciado;
la ilustración llega a extraviarlo cuando conspira con
sus pasiones dominantes a ocultarle la verdad y conducirlo al
precipio con brillantes engaños».
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FRASES
DE BERNARDO DE MONTEAGUDO
Producción
Periodística de Historia Latitud Periódico y
Villa Crespo Digital
14
de octubre del 2018
Bernardo
de Monteagudo fue un hombre comprometido con la Independencia,
un pensador y un ser insobornable, su conducta fue de abnegación.
Un revolucionario de Mayo y después.
Algunas
de sus frases y pensamientos que merecen conocerse.
PATRIOTISMO
Todos
aman su patria, y muy pocos tienen patriotismo: el amor a
la patria es un sentimiento natural, el patriotismo es una
virtud: aquel procede de la inclinación al suelo donde
nacemos, y recibimos las primeras impresiones de la luz, y
el patriotismo es un hábito producido por la combinación
de muchas virtudes, que derivan de la justicia. Para amar
a la patria basta ser hombre, para ser patriota es preciso
ser ciudadano, quiero decir, tener las virtudes de tal. De
aquí resulta que casi no tenemos idea de esta virtud,
sino por la definición que dan de ella los filósofos;
a todos oigo decir que son patriotas, pero sucede con esto
lo que con los avaros, que en apariencia son los más
desinteresados, y a juzgar de su corazón por los sentimientos
que despliegan sus labios, se creería que el desinterés
es su virtud favorita. La esperanza de obtener una magistratura
o un empleo militar, el deseo de conservarlo, el temor de
la execración pública y acaso un designio insidioso
de usurpar la confianza de los hombres sinceros; éstos
son los principios que forman los patriotas de nuestra época.
No lo extraño; el que jamás ha sido feliz sino
por medio del crimen, del disimulo, y de la insidia, se persuade
de que hay una especie de convención entre los hombres,
para ser sólo virtuosos en apariencia; sin advertir
que esta moral varía según los tiempos, y que
sólo es propia de esos desgraciados pueblos, donde
el ruido fúnebre de las cadenas que arrastran, los
hace meditar cada día nuevos medios de envilecerse,
para ser menos sensibles a la ignominia.
El
que no tenga un verdadero espíritu de filantropía
o interés por la causa santa de la humanidad, el que
mire su conveniencia personal como la primera ley de sus deberes,
el que no sea constante en el trabajo, el que no tenga esa
virtuosa ambición de la gloria, dulce recompensa de
las almas grandes, no puede ser patriota, y si usurpa este
renombre es un sacrílego profanador. Yo compadezco
a los americanos, y me irrito contra esos atrabiliarios pedagogos
que venían del antiguo hemisferio a inspirarnos todos
los vicios eversivos de estas grandes virtudes: ellos merecen
nuestra execración, aun cuando no sea más que
por la barbarie e inmoralidad que nos han dejado en patrimonio.
Sólo la fuerza del genio o del carácter que
infunde nuestro clima ardiente, ha podido vencer el hábito
casi convertido en naturaleza, y descubrir por todas partes
espíritus dispuestos a hacer frente al error y a la
preocupación. Sigamos su ejemplo y hagamos ver que
somos capaces de tener patriotismo, es decir, que somos capaces
de ser libres, y de renovar el sacrificio de Catón
después de la batalla de Farsalia, antes que ver tremolar
nuevamente el pabellón de los tiranos, y quedar reducidos
a la ignominiosa necesidad de postrar delante de ellos la
rodilla, y saludarles con voz trémula para subir luego
al suplicio, como lo hacían los romanos en la época
de su degradación.
Mas
no perdamos de vista, que nuestra alma jamás tomará
este temple de vigor y energía, mientras nuestro corazón
no se interese en la suerte de la humanidad y entremos a calcular
los millares hombres existentes y venideros, a quienes vamos
a remachar las cadenas con nuestras propias manos si somos
cobardes, o sellar con las mismas el decreto de su libertad
e independencia, si somos constantes. Yo veo envueltos en
el caos de la nada a los descendientes de la actual generación,
y mi alma se conmueve y electriza cuando considero que puedo
tener alguna pequeña parte en su destino: pero después
me digo a mí mismo, ¿es posible que las sectas
del fanatismo, y los sistemas de delirio tengan tantos mártires
apóstoles y prosélitos; al paso que la causa
de los hombres apenas encuentra algunos genios distinguidos
que la sostengan y defiendan? Yo me veo obligado a inferir
de aquí que son pocos los patriotas, porque son pocos
los que aman la causa de sus semejantes: y si algunos la aman,
su conveniencia personal, y poca constancia en el trabajo
los convierte en refinados egoístas.
Muy
fácil sería conducir al cadalso a todos los
tiranos, si bastara para esto el que se reuniese una porción
de hombres, y dijesen todos en una asamblea, somos patriotas
y estamos dispuestos a morir para que la patria viva: pero
si en medio de este entusiasmo el uno huyese del hambre, el
otro no se acomodase a las privaciones, aquel pensase en enriquecer
sus arcas, en dilatar sus posesiones, en atraerse por un lujo
orgulloso las miradas estultas de la multitud, y este temiese
sacrificar su existencia, su comodidad, su sosiego prefiriendo
la calma y el letargo de la esclavitud a la saludable agitación
y dulces sacrificios que aseguran la LIBERTAD; quedarían
reducidos todos aquellos primeros clamores a una algarabía
de voces insignificantes, propias de un enfermo frenético
que busca en sus estériles deseos el remedio de sus
males. Pero quizá me dirá el pusilánime
egoísta, que su espíritu se resiente de una
empresa tan ardua, y que la incertidumbre del éxito
hace fluctuar su resolución: y yo pregunto, ¿en
qué está la incertidumbre? Las circunstancias
son favorables, los enemigos interiores que tenemos no pueden
hacer progresos sin destruirse, y los mismos cuidados que
nos causan hacen un contraste a las rivalidades recíprocas
que nunca faltan: las potencias europeas se hallan como encadenadas
por sus mismos intereses, y ninguna nación emprende
conquistas en los momentos que teme debilitarse: hará
tentativas cautelosas, y aun las ocultará porque su
descubrimiento podría influir en los celos, y apoyar
los cálculos de sus vecinas: nuestros recursos por
otra parte no son mezquinos: tenemos brazos robustos, frutos
de primera necesidad, y para abundar en numerario bastará
que el gobierno considere lo imperioso de las circunstancias,
y el arbitrio inevitable que han tomado las naciones en igual
caso. ¿A qué ese monopolio de caudales en tres
o cuatro individuos; quizá enemigos del sistema? A
ninguno se le quite lo que es suyo, ¿pero por qué
no suplirá el estado sus urgencias con los caudales
de un poderoso, que en nada contribuye; especialmente cuando
la constitución protege sus mismos intereses, y puede
asegurar el reintegro de un suplemento? Desengañémonos,
la incertidumbre del éxito no pende de una causa necesaria
y extraña, sino de nosotros mismos: seamos patriotas,
esto es, amemos la humanidad, sostengamos los trabajos, prescindamos
de nuestro interés personal y será cierto el
éxito de nuestra empresa.
Bien
sé que hay muchas almas generosas, que desembarazadas
de todo sentimiento servil, no tienen otro impulso que el
amor a la gloria: estas no necesitan sino de sí mismas
para hacer cosas grandes: ellas imitarán al intrépido
romano que inmoló sus propios hijos para salvar la
patria, y emularán la virtud de los 300 espartanos,
que se sacrificaron en el paso de las Termopilas por obedecer
a sus santas leyes. La mano de un verdugo, el brazo de un
déspota, el furor de un pueblo preocupado, nada intimida
a los que aman la gloria. Seguros de que vivirán eternamente
en el corazón de los buenos ciudadanos, ellos desprecian
la muerte y los peligros con tal que la humanidad reporte
alguna ventaja de sus esfuerzos. Esta clase de hombres es
la que expulsó de Roma a los Tarquinos, la que dio
la LIBERTAD a la Beocia, a la Tesalia y a toda la costa del
mar Egeo; la que hizo independiente la América del
Norte en nuestros mismos días, y la que formará
en la del Sud un pueblo de hermanos y de héroes. No
hay dificultad, ya veo la aurora de este feliz día.
¡Oh momento suspirado! Las almas sensibles te desean,
y se preparan a sufrir toda privación, todo contraste
por tener la gloria de redimir la humanidad oprimida: los
patriotas de corazón han jurado no acordarse de sí
mismos, ni volver al seno del descanso hasta afianzar en las
manos de la patria el cetro de oro, y ver espirar al último
tirano, a manos del último de los esclavos, para que
no queden en nuestro hemisferio sino hombres libres y justos.
(1)
Salve Imperator, morituri te salutant. Tacit.
Gaceta de Buenos Aires, 3 de enero de 1811.
FUENTES:
varias y propias.
Caracteres:
10.141
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ESCUELA
BERNARDO DE MONTEAGUDO EN LA PROVINCIA DE TUCUMÁN
«Difícilmente
produce grandes cosas el hombre aislado; su genio, su carácter,
su talento, todo permanece circunscripto al círculo de
sí mismo, y sólo en la unión con sus semejantes
descubre lo que es en sí, y lo que puede influir en ellos».
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